En el ámbito de la expresión artística se crearon grupos de danzas y coros; se fundó una escuela de teatro y se construyeron el Conservatorio de Música y la Escuela de Bellas Artes; la Orquesta Filarmónica Nacional empezó a dar conciertos didácticos los fines de semana para todos los capitalinos, quienes apenas tienen la oportunidad de conocer “esa maravilla urbanística que era la Ciudad Universitaria, con edificios del racionalismo arquitectónico”, afirma el sociólogo Jaramillo, quien recuerda que la construcción de un campus universitario fue otro hito de la presidencia de López Pumarejo.
De hecho, los cuatro claustros dispersos –Medicina, Derecho, Ingeniería y la Escuela de Minas de Medellín– se integraron en una verdadera Universidad con campus en el noroccidente de Bogotá.
La Rectoría de Molina también fue revolucionaria en la creación de facultades y departamentos. Se crea la Facultad de Ciencias, que aunque existía desde la fundación de la Universidad en 1867, había sido desarticulada por las guerras civiles y la Regeneración de Núñez y Caro.
Se funda el Instituto de Filosofía, que empieza a ofrecer una formación en esta área con enfoque laico. “Los estudiantes empezaron a leer a los filósofos modernos de aquella época como René Descartes, Francis Bacon, Karl Marx y Martin Heidegger. Y, en cabeza del profesor Antonio García Nossa, se funda el Instituto de Economía que posteriormente se convertiría en Facultad.
El profesor Jaramillo destaca que “después de haber estado eclipsada durante medio siglo la Universidad recobra su visibilidad, y aunque todo lo que decía el Rector era motivo de polémica, se tenía en cuenta”, una presencia que a 30 años de la muerte de Gerardo Molina permanece vigente.